Esto de los Juegos Olímpicos es como la política. Uno no puede interpretar los resultados sin tener en cuenta las expectativas. Y ese debe ser el punto de partida a la hora de evaluar la actaución de la delegación española en estos Juegos. Se intuía que era un desafío complejo superar los metales de Barcelona, un registro de 22 medallas que seguirá vigente, al menos, otros cuatro años más. Y uno se queda con la sensación de que el deporte español ha desaprovechado su gran oportunidad. Nos presentamos en París tras realizar el mejor ciclo que se recuerda, en unos Juegos al lado de casa, con el mismo huso horario y con unas expectativas de medalla pocas veces vista. Sin embargo, la historia no ha salido como esperábamos la mayoría.
Ha habido luces, pero también sombras. Y no se trata de ser optimista ni pesimista, si no de contar la realidad, la verdad de lo que ha sido nuestro deporte en París 2024. Lejos de repasar una a una todas las medallas, unas esperadas, otras inesperadas y algunas casi inexplicables, la valoración general es que se fallado a la hora de la verdad en distintos momentos y en diferentes deportes.
La vela y el piragüismo
Los pilares del olimpismo español se han tambaleado ligeramente: el piragüismo ha salvado los muebles con tres bronces, una cosecha algo escasa si tenemos en cuenta de dónde se venía. Eso sí, por el camino se encumbra a leyenda la figura de Saúl Craviotto, ya convertido en el español con más medallas -seis- en la historia de los Juegos Olímpicos. Seguramente cerrará aquí su etapa y se acabará una era, pero su nombre y su legado ya están en la memoria de todos.
El piragüismo ha superado a la vela y es el deporte que más medallas ha aportado a nuestro medallero en la historia. La pelea está en 23-22 porque lo sucedido en Marsella con los barcos ha sido peliagudo. Luce con honores el oro de Florian Trittel y Diego Botín, sin embargo, tuvimos que vivir el duro de golpe de fallar en la ‘Medal Race’ del 470 mixto, después de un ciclo en el Nora Brugmann y Jordi Xammar se habían proclamado campeones de Europa y del mundo. Y lo que es peor todavía es que ninguna otra embarcación ha podido acercarse a las medallas. El retroceso de la vela en las últimas ediciones de Juegos es una realidad más que patente. Hay trabajo por hacer ahí.
Roto el maleficio de los oros por equipos
Como tantas veces ocurre, y eso va en la cultura y la idiosincrasia del deporte español, uno de los focos durante los 16 días ha sido el deporte de equipo. Clasificamos 11 conjuntos -récord absoluto si dejamos a parte Barcelona, donde se compite en todos por anfitrión- y salimos de París con cuatro medallas y cinco diplomas, habiéndose quedado sin un lugar entre los ocho primeros solamente las chicas del balonmano.
Es una actuación de casi sobresaliente, sobre todo teniendo en cuenta los dos oros del fútbol masculino y el waterpolo femenino. España llevaba desde Atlanta 96 sin ganar un oro por equipos y esa racha ya se ha roto; además con la legendaria victoria en el fútbol masculino ante Francia en el Parque de los Príncipes y con un triunfo que entra de lleno en la historia del deporte español. Una generación de jugadoras de waterpolo ha logrado lo último que les faltaba, el oro olímpico. Dos veces plata y campeonas de todo lo demás, ese título es, seguramente, el gran momento de España en los Juegos de París, algo que se recordará eternamente. Las lágrimas de una leyenda como la portera Laura Ester representaron todo esto a la perfección.
No faltó a su cita con la medalla la selección masculina de balonmano, un equipo que llegó lleno de dudas, que supo ir de menos a más, que compitió tan bien como siempre y que estuvo cerca de jugar la final olímpica. Y en la parte positiva de la balanza aparecieron, dando la sorpresa, las chicas del baloncesto 3x3, clasificadas en el último suspiro y que salen de París con la plata y logrando que media España se aficione a un nuevo deporte.
Pero también en los deportes de equipo ha habido dos decepciones importantes, de la mano de dos puntales: la selección masculina de waterpolo y la femenina de fútbol. Ambos conjuntos campeones del mundo durante el ciclo entre Tokio y París, dejaron un sabor amargo con sus derrotas en cuartos de final y semifinales respectivamente. Y aunque no se clasificaron, volvió a ser un placer disfrutar de la selección masculina de baloncesto, tan competitivos como siempre, en un grupo durísimo, en la despedida y en los sextos Juegos de Rudy Fernández. Mientras se termina de apagar la mejor generación de nuestra historia, solo nos queda sonreír por todo lo que nos han dado.
Álvaro Martín y María Pérez
El otro gran puntal de estos Juegos fue el atletismo, representando en la marcha y en esas dos figuras que se han elevado como nunca antes: Álvaro Martín y María Pérez. Sus Juegos son inolvidables, ganando la innovadora prueba del maratón por relevos mixto de marcha y consiguiendo un bronce y una plata por separado en sus respectivas pruebas individuales. Su actuación ha sido memorable y pone la guinda a unos años de enormes éxitos. Hace escasamente un año ambos se proclamaban doble campeones del mundo. Ahora ya son campeones olímpicos.
Lo mismo que Jordan Díaz, un valor seguro. En el tartán él ha sido el mejor con su oro en triple salto dando a España la cuarta medalla, un registro que iguala los de Barcelona, pero hay que poner de manifiesto otras actuaciones magníficas como la de nuestro Quique Llopis en 110 metros vallas, la de Moha Attaoui en los 800 o las de Yulenmis Aguilar en jabalina o Agueda Marqués en los 1.500 femeninos.
En cuanto a nuestras estrellas individuales, hay que poner blanco sobre negro. La gran decepción llegó en golf con Jon Rahm, a quien se le atragantaron los últimos ocho hoyos cuando lideraba el torneo con autoridad. La presión, el pánico o el no haber estado nunca en un torneo así le hizo perder incluso la medalla cuando el oro parecía colgar de su cuello.
El tenis, valor seguro en Roland Garros
No se puede decir lo mismo de Carlos Alcaraz, que venía de ganar Roland Garros y Wimbledon y llegó hasta la final de París, donde la leyenda serbia, Novak Djokovic, se cruzó en su camino. Al ganador de 24 Grand Slams le quedaba solamente el oro olímpico en su currículum y ofreció todo un recital en la gran final, en la pista Philippe Chatrier, esa que ha encumbrado durante dos décadas al tenis español en general y a Rafa Nadal, en particular, a quien Francia le dio un momento que jamás olvidará al realizar uno de los últimos relevos de la antorcha olímpica en la ceremonia de inauguración. Nadal es París.
El manacorí sale tocado de estos Juegos y vamos a ver si no suponen el final de su carrera profesional. Se vio ampliamente superado en individuales por Djokovic, en segunda ronda, y junto a Alcaraz en el doble quedaron fuera en cuartos de final, donde se les vio la poca compenetración y se les notó que nunca habían jugado nunca. Eso sí, mostraron un músculo impagable para el deporte español. Su sola presencia en pista asaltó los informativos del mundo entero. La imagen fue muy fuerte y eso, a veces, vale más que una medalla.
Pero el tenis es otro de esos deportes que ha cumplido, y con creces, porque a la medalla de plata de Alcaraz se unió la inesperada de Sorribes y Bucsa en el doble femenino. Es una pareja que funciona como un reloj; se estrenaron juntas en el Mutua Madrid Open y ganaron el torneo, y unos meses después acaban con un orgulloso bronce colgando del cuello. Que apuesten por ello de cara al futuro.
El drama, las lágrimas y el dolor de Carolina Marín
Un capítulo aparte, y seguramente el más doloroso y especial, merece Carolina Marín, cuya imagen llorando ha sido uno de los momentos más emotivos de estos Juegos Olímpicos. Campeona en Río 2016, una rotura del ligamento cruzado le privó de estar en Tokio apenas un mes antes de que empezase la competición y, aquí, después de siete años esperando este momento, cuando acariciaba la final, esa maldita lesión volvió a jugarle en contra. Sus lágrimas, su dolor, su retirada nos erizan la piel, nos ponen los pelos de punta. Si había alguna deportista que no merecía esto era Carolina Marín. El mundo entero del olimpismo se volcó con ella. Se va sin medalla, pero con el reconocimiento de todo el planeta. Volverá, si ella quiere volverá.
Pero al olimpismo español le ha pasado lo de tantas y tantas veces. Hay lagunas muy importantes en el comportamiento de nuestro deporte. En tres de los grandes deportes en los Juegos: gimnasia, natación y ciclismo se ha obtenido el bronce del equipo femenino en natación artística. Y lo peor es que apenas tenemos representación, apenas hay presente y no se augura un futuro esperanzador. Ocurre edición tras edición. Sí, por el camino hemos disfrutado de Mireia Belmonte, de Ray Zapata y de algún caso aislado más, pero la realidad es que es un muro contra el que nos estrellamos.
Algo similar ha pasado esta vez en los deportes de combate, donde han llegado varias decepciones importantes. Se ha mejorado en el judo, algo que ya se intuía viendo el ciclo olímpico. En Tokio se ganaron dos combates en todas las categorías y aquí nos vamos con un bronce y varios tiros al palo que, por unas u otras cuestiones, acabaron en cuartos o quintos puestos. Faltó ese extra de competitividad en el gran momento. Pero en el taekwondo ha sido un paso atrás porque, por primera vez desde que este deporte está en el programa olímpico, España se marcha sin medallas. Falló Adriana Cerezo, nuestro gran pilar, y aunque Adrián Vicente y Javi Pérez Polo tuvieron a tiro la medalla, también se esfumó. Algo parecido a lo sucedido en esgrima, un deporte en el que se está trabajando bien y que se ha quedado sin la recompensa olímpica.
Capítulo aparte merece el boxeo, que sí ha dado sus frutos y sí ha puesto de manifiesto el fantástico trabajo previo. Emmanuel Reyes se marcha con el bronce y Ayoud Ghadfa con la plata, además de otros dos diplomas. Son unos resultados excelentes para un deporte en el que España ha mejorado. Y mucho. Una mejoría que se ha trasladado a la competición olímpica.
Una mejoría que en París se ha trasladado a otros deportes y de lo que también hay que hablar. La esgrima ha fallado, pero el camino es el correcto, en los saltos de trampolín hemos competido bien por primera vez y hay que destacar los nombres de Adrián Abadía y Nico García, de Valeria Antolino y de Ana Carvajal. También se ve algo de relevo en el vóley playa. Se ha despedido Pablo Herrera jugando los cuartos de final de sus sextos Juegos, la misma ronda a la que han llegado las jovencísimas Tania Moreno y Daniela Álvarez.
Conclusiones
En definitiva, 18 medallas con cinco oros; números que mejoran los de Tokio y Río, pero que no cumplen las expectativas de llegar o superar las 22 de Barcelona. No vale excusarse en la mala suerte, en el elevado nivel de algunos deportistas ni lamentarse de las oportunidades perdidas. Ha habido mala suerte, sí, ha habido derrotas inesperadas, también, y el nivel de todos los deportistas es altísimo. Pero hay que mirar hacia dentro, hacer autocrítica, ver en qué se ha fallado y tratar de mejorar de cara a Los Ángeles.
Tras Barcelona 92, España se había instalado en las 20 medallas en las otras dos ediciones de Juegos en Europa, es decir Atenas 2004 y Londres 2012, con lo que esto es un paso atrás en este aspecto y tampoco se han logrado los oros de Río 2016. Se puede ver el vaso medio lleno, pero con perspectiva. El deporte cambia muy rápido, todo avanza muy deprisa y hay que adaptarse a los nuevos cambios. Hay que mirar hacia delante sin olvidar el pasado, aprender de los errores y prepararse mejor que nunca.
Hasta aquí París 2024. Nos hemos emocionado, hemos celebrado, reído y también llorado. Nos hemos encerrado en casa a ver pentatlón moderno, tiro con arco, judo, skate o incluso breakdance. Como cada cuatro años, han sido días mágicos e inolvidables. Ya queda un día menos para Los Ángeles. Larga vida a los Juegos.